Te escribo desde Paradisus Meliā. Me invitaron a escaparme cinco días a hacer un retiro y no hay ningún otro lugar donde preferiría estar. Estoy en paz.
He empezado a escribir aquí cuatro veces esta semana. Empiezo una carta, me inspiro con un tema y luego llego a un punto en el que me desanimo de escribir de eso y cambio de tarea. Digo esto porque es parte del proceso y dedicarnos a cosas creativas a veces incluye prender el motor varias veces sin poder salir. El problema creo que no es que se nos acaben las ideas, es que no siempre estamos seguro de cuáles queremos compartir y por qué.
Cuando empecé este newsletter hace seis años, se sentía como un espacio para compartir en petit comité. Sentía una delicia enorme en compartir cosas que jamás compartiría en instagram. Todo tiene su lugar y la escritura siempre nos ha permitido hablar de cosas que tal vez nunca saldrían por nuestra boca. La manera en la que escribimos nos permite explorar nuestras voces sin sonido. Cosas que nadie sabría que existen si no las escribimos, o si no llegan a leernos.
No es de sorprendernos cuando alguien no se parece en personalidad a la voz que tiene y lo que transmite al escribir. Son diferentes partes de nosotros saliendo de diferentes maneras. Por eso la escritura es una herramienta de auto conocimiento tan potente, porque nos podemos decir cosas que nunca escuchamos en la mente y que no le contaríamos ni a nuestra amiga más confiable. No por esconderlo conscientemente, si no porque solo puede salir en formatos más privados y profundos. Como lo son, la escritura y la meditación.
Estoy en Los Cabos. Tengo muchas memorias atadas a este lugar. Me encanta, es de las únicas playas que me hacen pensar en frío y en calor seco. Siempre mejor a la humedad. El mar me ha chupado y escupido de manera peligrosa dos veces aquí. A mis doce años y a mis veintinueve. Esa pérdida de control en la que te arrastra el mar en un remolino hacia abajo y dudas si vas a salir a respirar, es uno de los momentos en los que todo tu miedo y toda tu fé sale a flote. Siempre salir riéndose en alivio, pero nadie sabe cómo la pasaste y a dónde te fuiste allá abajo.
Lo mismo pasa con los bajones emocionales y mentales en la vida. Mientras pasan, nadie te ve realmente, ni se puede imaginar en dónde estás. Hay mil malentendidos cuando no estás en superficie, funcionando normal. Poca gente se toma el tiempo y la empatía de darte espacio de gracia y pensar que tal vez, no estás nadando como siempre. Que tal vez, te estás ahogando.