En el 2016 se me rompió el corazón por primera vez. Había dejado la universidad para estudiar arte. El término freelancer estaba fresco y me pegué a él como una mosca por la palabra free. Quería ser libre. Libre de estar sentada en clases que yo no escogí tomar, que no me iban a servir para nada de lo que me importaba en la vida y sobre todo, en las que me sentía verdaderamente tonta.
Siempre he descrito así el ADHD ‘‘es como tratar de meter un cubo en una entrada de círculo. No cabe. Y además duele e incomoda seguir forzándolo a que quepa.’’.
Y creo que eso va mucho más allá de un déficit o condición. Antes de saber lo que era, para mi es mi naturaleza. Mi atención va con toda fuerza y toda corriente a las cosas que me interesan, que me mueve. Y mi naturaleza no puede fingir interés. Las conductas esperadas siempre me costaban la vida y siempre terminaba castigada.
Y todos tenemos eso, sin necesidad de ponerle nombre, signo zodiacal o human design. Tenemos nuestra naturaleza y nadie nos puede decir cuál es. Tenemos impulsos innegables, hobbies eternos, curiosidades constantes y deseos que nunca diríamos en voz alta pero nos avisan susurrando que viven en nosotros. Soy totalmente pro transformación, elección y cambio. Pero también creo que ir en contra de nuestra naturaleza es tapar nuestros canales de energía y sabotearnos el destino ideal. Que ese es diferente para cada quién. El disfraz de ambición y éxito laboral no se le va a ver bien a alguien que por dentro sueña con vivir en una granja, cuidar animales y plantas y hacer de su vida amorosa la exclusividad de compartirla con una sola persona. Es como ponerte un vestido de gala pero que la tela te incomode. Se ve bien, pero se siente mal. Y la incomodidad termina por notarse.