Es octubre y en el otoño se caen más cosas que sólo las hojas. Se caen ilusiones que teníamos de lo que habíamos condicionado a pasar este año. Al ver que se acerca el final de este se acumula una ruidosa, o silenciosa, ansiedad de lo que queríamos que pasara y no pasó. O hay una fé que brinca atrás del oído derecho y te dice que todavía hay tiempo. Que si te esforzaras un poquito más, todavía alcanzas.
Presión, prisa, productividad. Entiendo la percibida sensualidad de así funcionar. Pero en esta vida hay que dejar espacio para la única cosa predecible: lo impredecible. Lo que nos agarra en curva. La amistad que se terminó, el trató que no se cerró, la pasión que se apagó.
Tal vez en la vida todo cabe, sólo no en los tiempos que nuestra inteligencia ‘‘objetiva’’ nos dice que tiene que caber. Seguir tus ritmos internos también es una opción. Tomar en cuenta tu energía, tu salud y qué es cada situación.
¿Y si en vez de vivir la vida a un ritmo ‘‘productivo’’ la viviéramos a un ritmo poético?. La poesía no excluye. Al contrario, lo invita todo. El arte no ignora, todo cuenta como material. Porque aunque no parezca, en el arte es donde más cabe y se ve la realidad.
Últimamente me han dado ganas de abrazar y hablar de este tipo de realidades. Somos un planeta en rotación y ahora toca darle sol a este lado de la vida. La única manera de cambiar la realidad es tener acceso a ella. Es terapéutico quitarle el peso a las cosas y verlas como son. Para luego decidir cómo queremos que sean.
Hay una gran diferencia entre la verdad y la realidad.
La realidad es una.
Pero la verdad se divide en cómo cada quien la vive.