Se aprende mucho de una ciudad entrando a sus cafés. Starbucks no cuenta. El punto de Starbucks es que sientas lo mismo en todos los que hay en el mundo. Y lo hacen muy bien. Refugio en medio de ciudades que no conoces, con idiomas que no hablas. Es como ver un McDonalds, aunque ni lo comas, te da un sentido de familiaridad.
Me tomé dos cafés en Nueva York, me hice el mejor sandwich de mi vida. Me bañé, me fui al aeropuerto y amanecí en Madrid. Beso y abrazo a mis papás. Paz. Me salí a la calle en búsqueda de mi primer café.
Aprendes mucho de una ciudad por lo que pasa en sus cafés. El americano subió €1 de precio. La pantalla de cobro ya viene con opción de propina empezando en €1. Muy NY. Todas las mesas a mi alrededor hablaban inglés. Unas con acento americano, unas con acento inglés.

Escribo, dibujo, termino. Me cambio de café. Me reciben con buena energía en la ventanilla “tu eres la que escribe”. Me recuerdan a mi vida en Madrid escribiendo en otro café hace seis años. Me impacta como pasa el tiempo. Otra vida, otra María. Me da ternura, la siento ajena. Me da gusto que pasaba más tiempo escribiendo e ilustrando que cualquier otra cosa.

Madrid en ese entonces no era tan latinomaerica como se ha vuelto. Aterrizar en Madrid ahora es acentos, caras y culturas familiares. Antes Madrid era España. Ahora Madrid es mundo. Hay movimiento, hay extranjeros. El inglés ya no es ajeno. Cuando llegué nadie entendía por qué una mexicana hablaría tan Spanglish. Aquí, ahora hay de todo.
Voy a mis tiendas favoritas. Encuentro todo lo que no encontré en Nueva York. Mi bolsa de trabajo, mis lentes negros del silencio. Aterrizar en Familia después de venir de amigos. Paz.
Decido hacer las cosas diferente. Me traje mis platos. Busco familiaridad en el movimiento y vivir como local en donde sea que esté.

Conoces mucho de un país por sus supermercados. Aquí el pescado no viene de granjas, las verduras no están fertilizadas con toxinas, la fruta sabe a cielo y cuesta tierra. El tomate y el aguacate están en su punto. Las aceitunas vienen como servilletas, acompañándolo todo. Nutren la piel y el pelo. Grasa buena. Paz.
Un bikini no es un traje de baño (o un bañador) es un sandwich al que me hice fiel en enero. Jamón, queso, pan sin gluten, papas a la francesa a un lado. Mayonesa y tabasco. Todo lo que no como. Todo lo que disfruté al principio del año y ahora me hizo recordar con el paladar.
Aprendes mucho de una ciudad por el ritmo en el que la gente camina. En Nueva York todos son extraños. Unos te ven, otros te gritan, unos te coquetean, la mayoría te ignoran. Mar de extraños. En cafés hay pantalones. Intercambios de celular, de mails, de links de trabajo. Nueva York es el lugar de los creativos en negocios raros, con skills complementarios. Compartir es natural. Ignorarse después de compartir, también. Nunca volver a ver a alguien con quien te viste muchas horas, de muchas maneras.
En Madrid te saludan en el elevador (ascensor) “buenas” “buenas” es un intercambio de palabras común. En el café los que te cobran son naturalmente amables (casi siempre). Es casi mal visto usar tu laptop (ordenador) muchos lugares tienen anunciado que está prohibido usarlo. Sobre todos los fines de semana. Me imagino que es un “vibe killer”. Me gusta la regla. Las personas leen, platican, conviven, escriben, están.
Los cafés están para estar, para ser, para pensar al ritmo de los tragos que tome terminarse esa taza.

En las dos ciudades hay gran café. En las dos el ritmo se te mete en las venas y te obliga a adaptarte. Ninguno es mejor que el otro. Solo crean y florecen en resultados diferentes. En las dos ciudades hay gran café y mucha magia. En las dos ciudades, toca compartirla y crearla.

